Hay una pequeña carretera costera en el estado de Yucatán llamada “Ruta Esmeralda”. Son 82 kilómetros de magia que unen los puertos de Progreso y Dzilam de Bravo, pasando por pequeños puertos habitados principalmente por pescadores, sus familias y uno que otro extranjero retirado.
Para mí es un lugar especial, específicamente el puerto de Santa Clara. Una pequeña comunidad con calles de arena y pangas en la orilla esperando el siguiente amanecer para perderse en el horizonte del mar esmeralda.
Mi infancia estuvo marcada por ese puerto, mi madre nos llevaba a mí y a mis hermanos a pasar las vacaciones de verano, ahí nos encontrábamos con mis primos y pasábamos 6 semanas en el mar, pescando, recolectando conchas, sin camisa, sin zapatos y llenos de arena. Sin duda han sido los días más felices de mi vida, pero llegó la vida adulta y las vacaciones terminaron.
Pasé más de 20 años sin visitar ese pequeño lugar, hasta que en enero del 2018 la curiosidad me invadió y decidí volver, tenía que regresar a documentar ese lugar que tan feliz hizo mi infancia. Comencé la ruta en el puerto de Telchac y manejé esa hermosa costera deteniéndome en cada puerto. Al llegar fue un viaje en el tiempo, para mi sorpresa el pequeño hotel había desaparecido, el huracán Isidoro lo destruyó en el 2002 junto con el muelle que fue reemplazado por uno nuevo. Pero Santa Clara seguía de pie, hermosa, relajada, despidiendo a los pescadores como cada mañana, con el chaquiste picando mis pies pero con los recuerdos de una infancia feliz, y con la promesa de que siempre estará ahí para mí.