Durante mi viaje por Italia con Rich –mi pareja– hubo una región en particular que quedó grabada en mi mente: las Dolomitas.

Para llegar ahí, tomamos un autobús –desde el aeropuerto de Venecia– que nos llevó directo a Cortina d’Ampezzo, un pequeño pueblo donde nos hospedaríamos las próximas tres noches.
Al día siguiente, nos despertamos temprano para llegar al famoso Lago di Braies –uno de los lugares más hermosos que he conocido– donde paseamos en canoa sobre sus aguas color azul turquesa. Al fondo, sus imponentes montañas completaron esta hermosa postal.

Por la tarde, regresamos al pueblo y caminamos hacia las góndolas que nos llevarían a lo más alto de la montaña que permanecía cubierta de nieve. Una vez arriba, exploramos la vista y disfrutamos de un chocolate caliente en un restaurante que parecía flotar sobre esta.
Rich –siendo amante del senderismo– quería que saliera de mi zona de confort y lo acompañara a visitar el lago de Misurina. Las montañas en esta zona de Italia son muy particulares, ya que parecen estar más puntiagudas y afiladas que otras cordilleras. Durante el camino, el miedo me paralizó pero después de unos minutos las vistas descomunales me incentivaron a completar el trayecto.

Al caer el atardecer, volvimos a Cortina d’Ampezzo y nos refugiamos en un restaurante italiano muy acogedor justo unas horas antes de que llegara una tormenta – un símbolo de buena suerte para mí– la cual apaciguó nuestro descanso y representó el final de nuestra travesía.

Las Dolomitas es un lugar verdaderamente mágico.